Esta vez, mi viejo contrincante ha mutado: ahora se llama HER2 positivo. Una variante más agresiva, sí… pero también más conocida por la ciencia.

Muchos me han dicho:
“La terapia dirigida es uno de los grandes avances en la lucha contra el cáncer.” Y es cierto. Pero hay un detalle que cambia completamente el tablero: su altísimo costo.

Lo que para algunos es un tratamiento disponible, para muchos es una carrera contra el tiempo… y contra la burocracia. Medicamentos que deben ser autorizados por instituciones estatales. Listas de espera. Trámites. Validaciones.
Y tú, en el medio, con un diagnóstico que no espera, con el reloj en cuenta regresiva.

Esta realidad me obligó a replantear dónde y cómo recibiría mi tratamiento. No es solo cuestión médica. Es logística, finanzas, planificación, esperanza… y fe.

El esquema de tratamiento que enfrentaré incluye:
➡️ Quimioterapia
➡️ Terapia dirigida
➡️ Radioterapia

Una batalla larga. Compleja. Pero no imposible.


Ayer comenzó oficialmente esta nueva etapa de lucha: mi primera quimio.

Hoy escribo todavía con el cuerpo lento, pero con el corazón claro. He conocido las caras de la realidad: Llegar antes del amanecer, 6:30 a.m., para tomar turno y esperar. Esperar con paciencia, porque no queda de otra cuando el tiempo es oro… y vida.

El proceso empezó a las 10:30 a.m. Hubo algunos tropiezos — porque siempre los hay — pero un equipo amable y profesional hizo que todo fluyera.
Fueron 3 horas y media de quimio, yo, mi mente, mi cuerpo y el entorno.

Esta vez, mi “Yang” no pudo estar a mi lado. En esa sala solo pueden entrar los pacientes. Así que fueron apenas breves visitas para verme, darme calma, y aprovechar para organizar lo que viene: la próxima sesión, en tres semanas.


Cuando terminó, solo quería llegar a casa.
Cansada. Con algún malestar por tantas horas sentada y la sala de espera que a veces drena más que el tratamiento mismo.

La tarde siguió como si nada: correos, mensajes, mis despachos de oficina que me mantuvieron despierta, ocupada, sintiéndome útil, aunque sabía que la factura me llegaría después.

Y llegó. En la noche, cuando el sueño no aparecía y un pequeño “dolorcito” de cabeza me recordaba que esto apenas comienza.

Aun así, doy gracias.
Porque no hubo más molestias, más allá de la lentitud para procesar, los pequeños letargos que llegan como un susurro… y la satisfacción profunda de haber iniciado este proceso.

Y en medio de este nuevo comienzo, he sentido el abrazo invisible de tantos:
Las oraciones, los mensajes de aliento, las palabras llenas de fe, los silencios que acompañan.
Y también quienes, de forma generosa y desinteresada, han puesto su ayuda a mi orden.

Cada gesto es un bálsamo.
Cada palabra me da energía.
Cada persona que me acompaña —cerca o desde lejos— es parte de este nuevo tramo del camino.

Sigo con el espíritu en alto.
Pero sí: ahora doy cada paso con más cautela que nunca. Porque lo que quiero no es solo curarme, es hacerlo bien, con dignidad y con el tratamiento adecuado.

Gracias por estar.
Gracias por sostener.
Gracias por creer conmigo.

Seguiré contando esta historia como lo he hecho desde el primer diagnóstico:
con verdad, con fuerza… y con apego a la vida.

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