Este fin de semana fue una combinación de emociones.
Pasé de un viernes cargado de quimio, incomodidad física, decepción y la frustración de sentir que aquellos que dicen amarme no siempre comprenden lo que necesito… a un sábado que me devolvió la calma y me hizo olvidar, aunque fuera por unas horas, todo lo que me hacía sentir mal.

En medio de este torbellino, me encontré también con un bálsamo inesperado: la película Elio de Pixar/Disney.

Lo que realmente significa

Lo que más me marcó de estos días fue darme cuenta de que, aunque a veces la familia de sangre no puede llenar ciertos vacíos, la familia que elegimos — los que se quedan, los que entienden— puede ser el lugar seguro que necesitamos.

La historia de Elio me reflejó de una manera hermosa: un niño en duelo, que se siente solo, incomprendido, que cree que el mundo no es para él. Y, sin embargo, descubre que hay un lugar donde pertenece.

Ese viaje intergaláctico es una metáfora de lo que significa atravesar el miedo a lo desconocido, reconocer nuestras emociones y seguir adelante aunque duela.

Hoy, domingo, entre la tranquilidad de la casa y el descanso para reponerme, me abrí espacio para simplemente estar.
Sin expectativas.
Sin prejuicios.
Dejando que el cuerpo descanse y que la mente respire.

A veces, el mayor acto de amor propio es permitirse sentirlo todo: la rabia, la tristeza, la alegría inesperada, el alivio, la esperanza. Este fin de semana fue un recordatorio de que no todo está perdido, que sigo aquí y que todavía hay razones para sonreír, para agradecer y para soñar.


Si tú también estás en un proceso de sanación —física, emocional o espiritual— recuerda que cada día cuenta. Aunque unos sean más difíciles que otros, siempre habrá un momento de luz que te recuerde por qué sigues en el camino.

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